Editorial


Las palabras de la justificación



Por Marcela Varela
Una conversación oída al pasar sirvió de disparador para plantear un interrogante acerca de las mujeres y la justificación, ¿por qué las mujeres justificamos aquello que nos daña?
Desde que Eva comió del fruto prohibido provocando la caída en el pecado de Adán; las mujeres cargamos con la culpa como estigma.
Esa actitud culposa que asumimos se reproduce a nivel discursivo hasta la enésima potencia. Entonces estamos condenadas a padecer la dominación, el ultraje y la desvalorización desde que la partera dijo: “Es nena”.

Parece una visión pesimista de nuestra realidad pero no lo es; más bien es una invitación a reflexionar acerca de cómo las redes de justificaciones que cotidianamente tejemos frente a aquello que nos daña; son un palo en la rueda en la lucha por el respeto de nuestros derechos.

Una mujer en el velorio de su esposo se entera que éste mantuvo durante casi veinte años una doble vida; cuando pregunta por la joven que junto al féretro llora sin consuelo; un familiar cercano le explica ante su curiosidad que era la amante del muerto.
Pasados nueve meses, su conclusión es que el finado “fue un gran padre”; considero que merece una reflexión: como mujeres en algo estamos haciendo agua.

Qué tiene que ver la paternidad con la fidelidad y el respeto a la pareja; por otra parte, qué tan buen padre puede ser alguien que no pasa tiempo con sus hijos y sí con una amante.

Somos producto lamentablemente, de una tradición machista en la que la mujer debe soportarlo todo porque es su “marido” y mientras no le haga faltar nada…Pero puede fallar; ya que a veces, la doble vida implica doble gasto, entonces la esposa, queda empeñada hasta la coronilla, con la casa hipotecada, entre otras cosas.

No quiero que se malinterprete el espíritu de este artículo; ya que muchos hombres podrán decir: “a mí mi mujer me dejó en la calle”, y es así; que las hay; las hay.

Pero en este caso, se plantea un llamado de atención a las mujeres, porque construimos con nuestros discursos el campo de nuestra dominación.

“Me grita porque tuvo un mal día en el trabajo”; “me sigue porque como me arreglo mucho, tiene miedo de perderme”; “Me pegó porque estaba muy nervioso”; “me engañó con esa chica pero me ama a mí”; “no quiere que hable en las reuniones porque soy bruta, por ahí digo algo fuera de lugar”; “quiere separarse de la esposa pero es una bruja que le hace la vida imposible”; “no quiere que tenga amigos porque después interfieren en la relación”; y así tantas otras justificaciones…

Las palabras no son inocentes; están cargadas de sentido, se van grabando a fuego, hasta naturalizar lo aberrante.

Derribemos el mito de la culpa original que durante milenios sostuvo el patriarcado y comencemos a valorarnos desde la palabra.

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